Los yezidis toman su nombre del califa Yazid Ibn Muawiyah (645-683), el Omeya que aniquiló al hijo de Ali Husayn (nieto de Mahoma), en la batalla de Kerbala.

Originarios del Kurdistán, continúan viviendo mayoritariamente en estas lejanas regiones de forma tan precaria como en siglos precedentes. Las persecuciones a las que los ha sometido el Islam ortodoxo desde el siglo XII, han sido sistemáticas. Solamente su hábitat montañoso, casi inaccesible, y su voluntad de supervivencia grupal les han librado de una extinción segura.

Los yezidis se consideran descendientes de una humanidad anterior a la fundada por Adán. Construyen extrañas torres cónicas que, para algunos, son centro de irradiación de influencias sutiles funestas sobre la humanidad.

Las creencias derivan del culto de los adoradores del fuego, y al igual que los zoroastrianos, consideran el fuego una manifestación de la divinidad. El yezidismo proviene de las siguientes 3 corrientes:

 

Islamismo— interpretan de manera herética los postulados del Corán, no rigiéndose por éste. Por ejemplo, el Islam conlleva adorar exclusivamente a Allah (Alá) sin copartícipes, cosa que los yezidis no hacen, ya que ellos adoran a Melek Taus (conocido como Lucifer en occidente). 

 

Gnosticismo Prometeico— creen en un Lucifer literal, considerado como "el portador de luz"; un dios benéfico. Ésta es una antigua herejía expuesta por los yezidis. Aunque Dios es reconocido, es relegado a una absoluta intrascendencia. Quien gobierna este mundo es Melek Taus, dios de orden inferior, que vive en el mundo y quiere el éxito y la felicidad de sus fieles, por tanto es a él a quien se le debe rendir culto.

 

Sufismo— usado para definir grupos esotéricos desvinculados del Islam, aquí entraría el yezidismo. Incide en la práctica y la experiencia intuitiva, para así conseguir un conocimiento directo de las realidades espirituales a través del develamiento y la inspiración.

 

Sus conexiones con el mitraísmo son también evidentes para algunos investigadores. En 1162 el maestro sufí Sheikh Adi, considerado por los yezidis un avatar de Melek Taus, reformó su fe. Su tumba en Lalesh es centro de peregrinación, y todo yezidi debe ir al menos una vez en su vida al templo, dónde hay una estatua de una gran serpiente pintada cuidadosamente de negro, que besan antes de entrar en el templo.

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